Todo comenzó hace cinco años, en medio de los días inciertos de la pandemia. Entre restricciones y encierros, encontramos una forma sencilla pero muy nuestra de compartir tiempo juntos: largas vueltas en coche, risas en los drive-thrus de helados y comida, y tardes tranquilas en parques vacíos que se sentían solo nuestros.

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Con el paso de los meses, algunos lugares comenzaron a abrir nuevamente, y fue en uno de nuestros restaurantes favoritos donde Adrián, con un postre de naranja, me pidió que fuera su novia. Desde entonces, cada momento —grande o pequeño— ha sido parte de nuestra historia.

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Nuestra relación ha tenido etapas que nos pusieron a prueba. Durante mi año de internado en medicina, los días sin vernos se hicieron largos, y tiempo después, el trabajo llevó a Adrián a vivir varios meses en México. Aun con la distancia, siempre encontramos la forma de acompañarnos, de celebrar los logros del otro y de crecer juntos.

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Hoy, después de todo lo vivido, seguimos caminando de la mano, con la misma ilusión de aquellos primeros paseos en coche, pero con un amor más fuerte, maduro y lleno de proyectos compartidos.